♫ Quizas le interese ♫

Azul de aquella cumbre tan
lejana hacia la cual
mi pensamiento vuela bajo
la paz azul de la mañana,
¡color que tantas cosas
me revela!
Azul que del azul
del cielo emana,
y azul de este gran mar
que me consuela,
mientras diviso en él
Azul que del azul
del cielo emana,
y azul de este gran mar
que me consuela,
mientras diviso en él
la ilusión vana
de la visión del ala
de una vela.
Azul de los paisajes abrileños, triste azul de mis líricos ensueños, que me calma los íntimos hastíos.
Sólo me angustias cuando sufro antojos de besar el azul
de aquellos ojos que nunca más contemplarán los míos.
de una vela.
Azul de los paisajes abrileños, triste azul de mis líricos ensueños, que me calma los íntimos hastíos.
Sólo me angustias cuando sufro antojos de besar el azul
de aquellos ojos que nunca más contemplarán los míos.
___________________
Cruz Salmerón Acosta.
La Vaca
Un maestro samurái paseaba por un bosque con su fiel discípulo, cuando vio a lo lejos un sitio de apariencia pobre, y decidió hacer una breve visita al lugar.
Durante la caminata le comentó al aprendiz sobre la importancia de realizar visitas, conocer personas y las oportunidades de aprendizaje que obtenemos de estas experiencias.
Llegando al lugar constató la pobreza del sitio: los habitantes, una pareja y tres hijos, vestidos con ropas sucias, rasgadas y sin calzado; la casa, poco más que un cobertizo de madera...
Se aproximó al señor, aparentemente el padre de familia y le preguntó: “En este lugar donde no existen posibilidades de trabajo ni puntos de comercio tampoco, ¿cómo hacen para sobrevivir? El señor respondió: “amigo mío, nosotros tenemos una vaca que da varios litros de leche todos los días. Una parte del producto la vendemos o lo cambiamos por otros géneros alimenticios en la ciudad vecina y con la otra parte producimos queso, cuajada, etc., para nuestro consumo.
Así es como vamos sobreviviendo.
El sabio agradeció la información, contempló el lugar por un momento, se despidió y se fue.
A mitad de camino, se volvió hacia su discípulo y le ordenó: “Busca la vaca, llévala al precipicio que hay allá enfrente y empújala por el barranco
El joven, espantado, miró al maestro y le respondió que la vaca era el único medio de subsistencia de aquella familia. El maestro permaneció en silencio y el discípulo cabizbajo fue a cumplir la orden.
Empujó la vaca por el precipicio y la vio morir.
Aquella escena quedó grabada en la memoria de aquel joven durante muchos años.
Un bello día, el joven agobiado por la culpa decidió abandonar todo lo que había aprendido y regresar a aquel lugar. Quería confesar a la familia lo que había sucedido, pedirles perdón y ayudarlos.
Así lo hizo. A medida que se aproximaba al lugar, veía todo muy bonito, árboles floridos, una bonita casa con un coche en la puerta y algunos niños jugando en el jardín.
El joven se sintió triste y desesperado imaginando que aquella humilde familia hubiese tenido que vender el terreno para sobrevivir. Aceleró el paso y fue recibido por un hombre muy simpático.
El joven preguntó por la familia que vivía allí hacía unos cuatro años.
El señor le respondió que seguían viviendo allí. Espantado, el joven entró corriendo en la casa y confirmó que era la misma familia que visitó hacia algunos años con el maestro.
Elogió el lugar y le preguntó al señor (el dueño de la vaca): ¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?” El señor entusiasmado le respondió: “Nosotros teníamos una vaca que cayó por el precipicio y murió. De ahí en adelante nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos.
Así alcanzamos el éxito que puedes ver ahora.”
Anónimo.
Un maestro samurái paseaba por un bosque con su fiel discípulo, cuando vio a lo lejos un sitio de apariencia pobre, y decidió hacer una breve visita al lugar.
Durante la caminata le comentó al aprendiz sobre la importancia de realizar visitas, conocer personas y las oportunidades de aprendizaje que obtenemos de estas experiencias.
Llegando al lugar constató la pobreza del sitio: los habitantes, una pareja y tres hijos, vestidos con ropas sucias, rasgadas y sin calzado; la casa, poco más que un cobertizo de madera...
Se aproximó al señor, aparentemente el padre de familia y le preguntó: “En este lugar donde no existen posibilidades de trabajo ni puntos de comercio tampoco, ¿cómo hacen para sobrevivir? El señor respondió: “amigo mío, nosotros tenemos una vaca que da varios litros de leche todos los días. Una parte del producto la vendemos o lo cambiamos por otros géneros alimenticios en la ciudad vecina y con la otra parte producimos queso, cuajada, etc., para nuestro consumo.
Así es como vamos sobreviviendo.
El sabio agradeció la información, contempló el lugar por un momento, se despidió y se fue.
A mitad de camino, se volvió hacia su discípulo y le ordenó: “Busca la vaca, llévala al precipicio que hay allá enfrente y empújala por el barranco
El joven, espantado, miró al maestro y le respondió que la vaca era el único medio de subsistencia de aquella familia. El maestro permaneció en silencio y el discípulo cabizbajo fue a cumplir la orden.
Empujó la vaca por el precipicio y la vio morir.
Aquella escena quedó grabada en la memoria de aquel joven durante muchos años.
Un bello día, el joven agobiado por la culpa decidió abandonar todo lo que había aprendido y regresar a aquel lugar. Quería confesar a la familia lo que había sucedido, pedirles perdón y ayudarlos.
Así lo hizo. A medida que se aproximaba al lugar, veía todo muy bonito, árboles floridos, una bonita casa con un coche en la puerta y algunos niños jugando en el jardín.
El joven se sintió triste y desesperado imaginando que aquella humilde familia hubiese tenido que vender el terreno para sobrevivir. Aceleró el paso y fue recibido por un hombre muy simpático.
El joven preguntó por la familia que vivía allí hacía unos cuatro años.
El señor le respondió que seguían viviendo allí. Espantado, el joven entró corriendo en la casa y confirmó que era la misma familia que visitó hacia algunos años con el maestro.
Elogió el lugar y le preguntó al señor (el dueño de la vaca): ¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?” El señor entusiasmado le respondió: “Nosotros teníamos una vaca que cayó por el precipicio y murió. De ahí en adelante nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos.
Así alcanzamos el éxito que puedes ver ahora.”
Anónimo.
EL GRAN VALOR DE UNA MUJER
Cuentan que dos marineros que iban navegando por los mares del sur, desembarcaron en una preciosa isla para descansar. Los habitantes de la isla les recibieron con gran entusiasmo y durante varios días les agasajaron con fiestas.
Uno de los días, los marineros decidieron dar un paseo por la isla y se encontraron con una muchacha que estaba lavando ropa en el río. Uno de los marineros se acercó a ella y le preguntó: “¿Cómo te llamas?” La muchacha no respondió. El marinero pensando que no le había escuchado le volvió a preguntar: “¿Cuál es tu nombre?”. La muchacha se giró y le dijo: “Lo siento no puedo hablar contigo sin estar casada antes”.” Entonces me casaré contigo”, le respondió el marinero.
El otro marinero le dijo: “¡Estás loco!”” ¡Apenas la conoces!”” Además, hay otras muchachas mucho más bellas que ella”. “Me casaré con ella”, le respondió el amigo “y espero que te quedes para mi boda ya que yo ya no me marcharé”. “Como tú quieras amigo”, le respondió el marinero.
Y así se dirigieron a hablar con el padre de la muchacha para pedirla en matrimonio. “Señor”, le dijo el marinero “deseo casarme con su hija”
El padre se mostró encantado y le dijo: “forastero si te quieres casar con una de mis hijas tendrás que pagarme una dote de 9 vacas”. “¿con cuál de mis hijas deseas casarte?”
“Quiero casarme con la muchacha que lavaba ropa en el río”, le respondió el marinero. Sorprendido ante la elección del marinero ya que sus otras hijas eran mucho más hermosas, le dijo” en ese caso sólo tendrás que darme 3 vacas “. El marinero le replicó, “Te pagaré las 9 vacas”. Y así fue.
El marinero se casó con la muchacha que lavaba ropa en el río y su amigo se quedó a presenciar la boda para posteriormente zarpar de nuevo. Pasado un tiempo el marinero volvió por la isla y decidió ir a visitar a su amigo, Sentía curiosidad por saber cómo le iban las cosas y si seguía casado.
Al llegar a la isla, vio a un grupo de hombres y mujeres que iban cantando y bailando. En el centro iba una mujer hermosísima con el cabello adornado con unas flores. Se detuvo para contemplar la imagen y ver la belleza de la mujer.
Al cabo de un rato encontró a su amigo. Se saludaron con gran entusiasmo y el marinero le preguntó si seguía casado. “¡Por supuesto!”, le dijo él.” De hecho, te habrás cruzado con ella de camino”.
El marinero no recordaba haberse cruzado con ella. “Si”, le dijo el amigo. “Hoy es su cumpleaños y están celebrándolo” ¡Era la mujer que iba en el centro bailando! “¿Cómo es posible?”, le dijo el marinero. “Esa mujer no se parece en nada a la muchacha que yo conocí”. “Muy sencillo”, le contestó el amigo. “Me dijeron que valía 3 vacas y yo la traté como si valiese 9 vacas”
Cuentan que dos marineros que iban navegando por los mares del sur, desembarcaron en una preciosa isla para descansar. Los habitantes de la isla les recibieron con gran entusiasmo y durante varios días les agasajaron con fiestas.
Uno de los días, los marineros decidieron dar un paseo por la isla y se encontraron con una muchacha que estaba lavando ropa en el río. Uno de los marineros se acercó a ella y le preguntó: “¿Cómo te llamas?” La muchacha no respondió. El marinero pensando que no le había escuchado le volvió a preguntar: “¿Cuál es tu nombre?”. La muchacha se giró y le dijo: “Lo siento no puedo hablar contigo sin estar casada antes”.” Entonces me casaré contigo”, le respondió el marinero.
El otro marinero le dijo: “¡Estás loco!”” ¡Apenas la conoces!”” Además, hay otras muchachas mucho más bellas que ella”. “Me casaré con ella”, le respondió el amigo “y espero que te quedes para mi boda ya que yo ya no me marcharé”. “Como tú quieras amigo”, le respondió el marinero.
Y así se dirigieron a hablar con el padre de la muchacha para pedirla en matrimonio. “Señor”, le dijo el marinero “deseo casarme con su hija”
El padre se mostró encantado y le dijo: “forastero si te quieres casar con una de mis hijas tendrás que pagarme una dote de 9 vacas”. “¿con cuál de mis hijas deseas casarte?”
“Quiero casarme con la muchacha que lavaba ropa en el río”, le respondió el marinero. Sorprendido ante la elección del marinero ya que sus otras hijas eran mucho más hermosas, le dijo” en ese caso sólo tendrás que darme 3 vacas “. El marinero le replicó, “Te pagaré las 9 vacas”. Y así fue.
El marinero se casó con la muchacha que lavaba ropa en el río y su amigo se quedó a presenciar la boda para posteriormente zarpar de nuevo. Pasado un tiempo el marinero volvió por la isla y decidió ir a visitar a su amigo, Sentía curiosidad por saber cómo le iban las cosas y si seguía casado.
Al llegar a la isla, vio a un grupo de hombres y mujeres que iban cantando y bailando. En el centro iba una mujer hermosísima con el cabello adornado con unas flores. Se detuvo para contemplar la imagen y ver la belleza de la mujer.
Al cabo de un rato encontró a su amigo. Se saludaron con gran entusiasmo y el marinero le preguntó si seguía casado. “¡Por supuesto!”, le dijo él.” De hecho, te habrás cruzado con ella de camino”.
El marinero no recordaba haberse cruzado con ella. “Si”, le dijo el amigo. “Hoy es su cumpleaños y están celebrándolo” ¡Era la mujer que iba en el centro bailando! “¿Cómo es posible?”, le dijo el marinero. “Esa mujer no se parece en nada a la muchacha que yo conocí”. “Muy sencillo”, le contestó el amigo. “Me dijeron que valía 3 vacas y yo la traté como si valiese 9 vacas”
Anónimo.
EL VIAJERO Y EL MONJE
Un viajero llegó a un templo budista en una mañana fría y se acercó al monje a preguntarle lo siguiente:
“¿Alguna vez has pensado que has desperdiciado tu vida?”
— Nunca, ¿por qué?
“Siento que estoy desperdiciando la mía. ¿Cómo puedo dejar de desperdiciarla?”
— Ve tus zapatos.
“¿Qué tienen?”
— ¿Ves lo sucios que están? Aún no estás preparado.
“¿Cómo me preparo?”
— Vuelve mañana temprano y cuida que tus zapatos vengan relucientes.
“No entiendo”
— Hazlo y nos vemos mañana.
El viajero regresó a su cuarto, tomó otro par de zapatos y los dejó relucientes.
Al siguiente día, tomó sus zapatos y se dirigió al templo, pero en el camino pisó una pila de lodo.
Al llegar al templo, el monje le dijo:
— Muéstrame tus zapatos.
El viajero le enseñó sus zapatos con manchas del lodo.
— Siguen sucios. Vuelve mañana.
El viajero regresa a su cuarto, y les pone bolsas de plástico para que no se ensucien. Sin embargo, en el camino nuevamente se ensucian por la polvareda que dejó el aire.
Y así sucedió durante varios días.
El viajero probaba una nueva forma de mantener sus zapatos limpios, pero en el camino se ensuciaban y el maestro le pedía que volviera al día siguiente.
Finalmente, el viajero decide comprar unos zapatos nuevos, ponerlos en una caja, guardarlos y llegar hasta el templo.
Unos pasos antes de entrar, se cambia los zapatos viejos por aquellos relucientes, pero el maestro se da cuenta y le dice:
— Hiciste trampa. Estos zapatos no han sido usados nunca. Vuelve mañana.
En ese momento el viajero explotó:
“Eso no es posible. El camino está lleno de lodo, polvo, y suciedad.
No hay forma de llegar hasta aquí con los zapatos limpios, no importa cuantas veces lo haga.”
El monje sonrió.
— Lo has entendido finalmente.
“¿Qué cosa?”
— Si sientes que pierdes tu vida es porque tratas de alcanzar lo imposible.
Debes entender que no hay un camino puro o fácil.
En vez de evitar desperdiciar tu vida, piensa cómo puedes disfrutarla, aún con tus zapatos sucios.
Por ahí hay una frase del filósofo William James que dice: “las personas pueden cambiar sus vidas, si cambian su actitud mental”.
Ahora te toca a ti reflexionar, ¿qué actitud tienes cada día?
¿Decides tomar control de tu “película”?
¿O dejar que otros la dirijan por ti?
Anónimo.
“¿Alguna vez has pensado que has desperdiciado tu vida?”
— Nunca, ¿por qué?
“Siento que estoy desperdiciando la mía. ¿Cómo puedo dejar de desperdiciarla?”
— Ve tus zapatos.
“¿Qué tienen?”
— ¿Ves lo sucios que están? Aún no estás preparado.
“¿Cómo me preparo?”
— Vuelve mañana temprano y cuida que tus zapatos vengan relucientes.
“No entiendo”
— Hazlo y nos vemos mañana.
El viajero regresó a su cuarto, tomó otro par de zapatos y los dejó relucientes.
Al siguiente día, tomó sus zapatos y se dirigió al templo, pero en el camino pisó una pila de lodo.
Al llegar al templo, el monje le dijo:
— Muéstrame tus zapatos.
El viajero le enseñó sus zapatos con manchas del lodo.
— Siguen sucios. Vuelve mañana.
El viajero regresa a su cuarto, y les pone bolsas de plástico para que no se ensucien. Sin embargo, en el camino nuevamente se ensucian por la polvareda que dejó el aire.
Y así sucedió durante varios días.
El viajero probaba una nueva forma de mantener sus zapatos limpios, pero en el camino se ensuciaban y el maestro le pedía que volviera al día siguiente.
Finalmente, el viajero decide comprar unos zapatos nuevos, ponerlos en una caja, guardarlos y llegar hasta el templo.
Unos pasos antes de entrar, se cambia los zapatos viejos por aquellos relucientes, pero el maestro se da cuenta y le dice:
— Hiciste trampa. Estos zapatos no han sido usados nunca. Vuelve mañana.
En ese momento el viajero explotó:
“Eso no es posible. El camino está lleno de lodo, polvo, y suciedad.
No hay forma de llegar hasta aquí con los zapatos limpios, no importa cuantas veces lo haga.”
El monje sonrió.
— Lo has entendido finalmente.
“¿Qué cosa?”
— Si sientes que pierdes tu vida es porque tratas de alcanzar lo imposible.
Debes entender que no hay un camino puro o fácil.
En vez de evitar desperdiciar tu vida, piensa cómo puedes disfrutarla, aún con tus zapatos sucios.
Por ahí hay una frase del filósofo William James que dice: “las personas pueden cambiar sus vidas, si cambian su actitud mental”.
Ahora te toca a ti reflexionar, ¿qué actitud tienes cada día?
¿Decides tomar control de tu “película”?
¿O dejar que otros la dirijan por ti?
Anónimo.
El elefante encadenado
Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante.
Durante la función, ¿la enorme bestia hacía despliegue de su peso, tamaño y fuerza descomunal? pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra.
Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.
El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapa porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia: Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan?? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. ¿Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca? y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.
Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse.
Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo.
La estaca era ciertamente muy fuerte para él. ¿Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía?
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. ¿Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree? ¿pobre? que NO PUEDE.
él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. ¿Jamás? ¿jamás? intentó poner a prueba su fuerza otra vez?
¿Vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad? condicionados
por el recuerdo de «no puedo»? ¿Tu única manera de saber es intentar de nuevo poniendo en el intento todo tu corazón?
Anónimo.
Durante la función, ¿la enorme bestia hacía despliegue de su peso, tamaño y fuerza descomunal? pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra.
Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.
El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapa porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia: Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan?? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. ¿Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca? y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.
Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse.
Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo.
La estaca era ciertamente muy fuerte para él. ¿Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía?
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. ¿Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree? ¿pobre? que NO PUEDE.
él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. ¿Jamás? ¿jamás? intentó poner a prueba su fuerza otra vez?
¿Vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad? condicionados
por el recuerdo de «no puedo»? ¿Tu única manera de saber es intentar de nuevo poniendo en el intento todo tu corazón?
Anónimo.
La casa imperfecta.
Un maestro de construcción ya entrado en años estaba listo para retirarse a disfrutar sin pensión de jubilación.
Le contó a su jefe acerca de sus planes de dejar el trabajo para llevar una vida más placentera con su esposa y su familia. Iba a extrañar su salario mensual, pero necesitaba retirarse; ya se las arreglarían de alguna manera.
El jefe se dio cuenta de que era inevitable que su buen empleado dejara la compañía y le pidió, como favor personal, que hiciera el último esfuerzo: construir una casa más.
El hombre accedió y comenzó su trabajo, pero se veía a las claras que no estaba poniendo el corazón en lo que hacía. Utilizaba materiales de inferior calidad, y su trabajo, lo mismo que el de sus ayudantes, era deficiente.
Era una infortunada manera de poner punto final a su carrera.
Cuando el albañil terminó el trabajo, el jefe fue a inspeccionar la casa y le extendió las llaves de la puerta principal. "Esta es tu casa, querido amigo -dijo-. Es un regalo para ti".
Si el albañil hubiera sabido que estaba construyendo su propia casa, seguramente la hubiera hecho totalmente diferente. ¡Ahora tendría que vivir en la casa imperfecta que había construido!
Construimos nuestras vidas de manera distraída, reaccionando cuando deberíamos actuar, y sin poner en esa actuación lo mejor de nosotros.
Muchas veces, ni siquiera hacemos nuestro mejor esfuerzo en el trabajo.
Entonces de repente vemos la situación que hemos creado y descubrimos que estamos viviendo en la casa que hemos construido. Si lo hubiéramos sabido antes, la habríamos hecho diferente.
La conclusión es que debemos pensar como si estuviésemos construyendo nuestra casa.
Cada día clavamos un clavo, levantamos una pared o edificamos un techo.
Construir con sabiduría es la única regla que podemos reforzar en nuestra existencia.
Inclusive si la vivimos sólo por un día, ese día merece ser vivido con gracia y dignidad.
La vida es como un proyecto de hágalo-usted-mismo.
Su vida, ahora, es el resultado de sus actitudes y elecciones del pasado.
¡Su vida de mañana será el resultado de sus actitudes y elecciones de hoy!
Anónimo.
Le contó a su jefe acerca de sus planes de dejar el trabajo para llevar una vida más placentera con su esposa y su familia. Iba a extrañar su salario mensual, pero necesitaba retirarse; ya se las arreglarían de alguna manera.
El jefe se dio cuenta de que era inevitable que su buen empleado dejara la compañía y le pidió, como favor personal, que hiciera el último esfuerzo: construir una casa más.
El hombre accedió y comenzó su trabajo, pero se veía a las claras que no estaba poniendo el corazón en lo que hacía. Utilizaba materiales de inferior calidad, y su trabajo, lo mismo que el de sus ayudantes, era deficiente.
Era una infortunada manera de poner punto final a su carrera.
Cuando el albañil terminó el trabajo, el jefe fue a inspeccionar la casa y le extendió las llaves de la puerta principal. "Esta es tu casa, querido amigo -dijo-. Es un regalo para ti".
Si el albañil hubiera sabido que estaba construyendo su propia casa, seguramente la hubiera hecho totalmente diferente. ¡Ahora tendría que vivir en la casa imperfecta que había construido!
Construimos nuestras vidas de manera distraída, reaccionando cuando deberíamos actuar, y sin poner en esa actuación lo mejor de nosotros.
Muchas veces, ni siquiera hacemos nuestro mejor esfuerzo en el trabajo.
Entonces de repente vemos la situación que hemos creado y descubrimos que estamos viviendo en la casa que hemos construido. Si lo hubiéramos sabido antes, la habríamos hecho diferente.
La conclusión es que debemos pensar como si estuviésemos construyendo nuestra casa.
Cada día clavamos un clavo, levantamos una pared o edificamos un techo.
Construir con sabiduría es la única regla que podemos reforzar en nuestra existencia.
Inclusive si la vivimos sólo por un día, ese día merece ser vivido con gracia y dignidad.
La vida es como un proyecto de hágalo-usted-mismo.
Su vida, ahora, es el resultado de sus actitudes y elecciones del pasado.
¡Su vida de mañana será el resultado de sus actitudes y elecciones de hoy!
Anónimo.
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